Yo tambien… Yo… mas, 1001 diferencias hombre-mujer
190 pages
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Description

Yo también Yo más Las parejas se llevan mal. El porcentaje de divorcios sobrepasa ampliamente el 50%, principalmente si se consideran las parejas que viven en unión libre. ¿Por qué? Porque el hombre no conoce a la mujer y porque la mujer no conoce al hombre. También, porque los dos imaginan que son semejantes y que, por eso mismo, tienen las mismas expectativas, las mismas prioridades en la vida y creen que el otro puede comprenderlos. Este nuevo libro de Yvon Dallaire nos presenta, en frases cortas, esas pequeñas diferencias que van levantando lentamente un muro de incomprensión entre dos seres que, en un principio, se amaban apasionadamente y querían vivir un amor eterno (con excepción del 15% de parejas felices). ¿Cuál es su objetivo? Que uno conozca mejor al otro para que se comprendan y se amen aún más durante mucho tiempo. Un libro instructivo, divertido, a veces incisivo, pero sobre todo verdadero. Es necesario que se lea en pareja.

Sujets

Informations

Publié par
Date de parution 16 septembre 2011
Nombre de lectures 40
EAN13 9782981753144
Langue Español

Informations légales : prix de location à la page 0,0600€. Cette information est donnée uniquement à titre indicatif conformément à la législation en vigueur.

Extrait

Del mismo autor
En ediciones Opción Salud
www.optionsante.com
Mi Amor, Háblame…
Diez reglas para lograr un hombre hable
• • • • •
Preparándose
La trilogía de las parejas felices.
El hombre es una mujer especializada en ciertas funciones vitales.
El hombre es el mejor amigo de la mujer.
Índice
Prefacio: ¿Por qué el título de este libro?
Introducción: El sexo opuesto
Capítulo 1: Un poco de historia
Capítulo 2: Cuestión de anatomía
Capítulo 3: Infancia y adolescencia
Capítulo 4: ¿En qué piensan el hombre y la mujer?
Capítulo 5: La personalidad del hombre y de la mujer
Capítulo 6: La comunicación hombre-mujer
Capítulo 7: La vida emotiva del hombre y de la mujer
Capítulo 8: El hombre y la mujer enamorados
Capítulo 9: La vida sexual del hombre y de la mujer
Capítulo 10: Papá y mamá
Capítulo 11: La vida profesional
Capítulo 12: Las diferencias paradójicas
Capítulo 13: Las enfermedades femeninas y masculinas
Capítulo 14: La mujer y el hombre insanos
Capítulo 15: La mujer y el hombre sanos
Capítulo 16: La pareja desequilibrada
Capítulo 17: Las parejas felices
Conclusión: ¿Estamos hechos para vivir juntos?
Bibliografía
Agradecimientos
¿Por qué el título de este libro?
Yo también... Yo... más. Al escuchar a hombres y mujeres que discutían entre sí, tuve la idea de dar ese título al libro. Cuando varias mujeres se reúnen, generalmente hablan de lo que han vivido y sobre todo de su experiencia íntima y dentro de una relación; a veces, también hablan de su vida profesional. Las mujeres intercambian sus estados de ánimo y con frecuencia lo hacen al mismo tiempo : “¡Eh! Yo también, justamente eso me sucede.” o “Sí, yo pienso lo mismo.” “El mío también es así.” Las mujeres se confirman y se consuelan una a la otra en sus relatos y, al parecer, les agrada bastante esa manera de comunicar.
Cuando varios hombres charlan juntos, por lo general hablan de lo que han hecho y de sus hazañas; en pocas ocasiones comentan sus malas experiencias o sus sentimientos y, como en una subasta, van apostando cada vez más. “Eso no es nada, si me hubieras visto el otro día”, “La mejor experiencia de mi vida, fue cuando...” Además mencionan : “El enorme salmón que pesqué”, “El rendimiento de mi nuevo automóvil”, “La victoria de mi equipo gracias al gol que metí”, “El súper negocio que acabo de hacer” “Los encantos de mi última conquista”, “La manera en que yo dirigiría al mundo...”, Los hombres se comparan unos con otros y, al parecer, les encanta esta manera de comunicarse.
Las dificultades de comunicación surgen cuando la mujer quiere dialogar con el hombre, que adora discutir y, en ese momento, se crea una brecha de incomprensión. Este libro pretende llenar esa brecha, y ayudar a los hombres y a las mujeres a superar sus dificultades para vivir en total armonía.
Introducción
El sexo opuesto
El hombre y la mujer son iguales y... casi semejantes. De hecho, somos más idénticos que diferentes. Podríamos comparar al hombre y a la mujer con dos programas de procesamiento de texto con particularidades específicas. Nuestras semejanzas representan un 97.83% de nuestra naturaleza humana: hombres y mujeres tienen dos piernas, dos brazos, un cuerpo, una cabeza, y sus vidas giran en torno a las mismas dimensiones: personal, de relacionamiento, profesional y familiar. Sus necesidades son prácticamente las mismas: sobrevivir, amar y ser amado, desarrollarse y reproducirse, y también sus miedos. Además sus cerebros tienen las mismas estructuras.
Los hombres y las mujeres son semejantes, aunque también son diferentes. Ni peores, ni mejores, solamente diferentes. ¿Acaso se nos ocurriría, en pleno siglo XXI, declarar que existe una raza superior a otra? ¿Entonces, por qué intentarlo cuando hablamos de sexos? Quizás por una simple mala intención política para obtener poder.
Sin embargo, esas diferencias entre hombre y mujer, aunque mínimas, siempre se hacen presentes y, principalmente, en los momentos en los que menos deberían. Aunque se esté consciente de ello, no siempre es fácil percibirlas y, en especial, pasarlas por alto. A lo largo de toda conversación entre hombre y mujer, el malentendido está al acecho de cualquier chispa para causar una explosión, el conflicto se esconde detrás de cada palabra y de cada entonación.
Los amantes están sentados sobre un barril de pólvora, los padres se encuentran bajo una constante tensión y los profesionistas se vigilan uno al otro... No obstante, como lo menciona tan acertadamente Gabrielle Rolland 1 : “Aceptar la diferencia, es aceptar al otro, aunque también es aceptarse a sí mismo”.
Entonces, ¿De dónde proviene esta diferencia del 2.17%? ¿De la cultura? ¿Acaso se deberá a las condiciones en que fuimos educados, según lo afirma la psicología llamada «culturalista» que siempre pretende “psicologizar todo”? No, el origen de esta diferencia reside en nuestra naturaleza humana, en nuestro código genético y en nuestros atavismos. Todos los seres humanos comparten veintitrés pares de cromosomas; veintidós pares son idénticos y solamente uno, el par sexual, es diferente. El código genético de la mujer está formado por dos X y el del hombre por un X y un Y.
Varias especies vivas son unisexuales y cada individuo realiza las mismas tareas que todos los demás miembros de la especie. Otras especies son bisexuales y, en ese sentido, los dos miembros de dichas especies comparten ciertas tareas; algunas de éstas son intercambiables, otras son inmutables (por ejemplo, el embarazo). Otras formas de vida poseen tres, cuatro o hasta cinco formas sexuales. En esos casos, la distribución de las tareas es muy especializada y algo rígida: la abeja reina solamente puede reproducirse, el zángano tan sólo fertilizar a la abeja reina, y las obreras y los soldados sólo trabajar o defender la colmena. Muy pocas especies son hermafroditas 2 .
Evidentemente, nuestra especie es bisexual, está compuesta de un hombre y de una mujer. ¿Qué es lo que hace que un hombre sea hombre? ¿Qué es lo que hace que una mujer sea mujer? ¿Cuál es la diferencia entre el cromosoma Y y el X? Aun cuando aceptemos que el sexo femenino es el sexo base de la especie humana, la creación del sexo masculino representa una mejora en la evolución. De hecho, está claro que la bisexualidad representa la mejor estrategia de supervivencia de las especies.
Por lo tanto, lo masculino es diferente de lo femenino, de ahí surge la necesidad que siente el niño de alejarse de su madre y de diferenciarse de ella para convertirse en hombre, con ayuda o no de su padre. En las sociedades llamadas primitivas, los niños se quedaban al cuidado de su madre durante su infancia; después los varoncitos, y sólo ellos, debían pasar una prueba cuando tenían entre 14-15 años, una iniciación que les permitiría æsi acaso sobrevivíanæ ser admitidos en el mundo de los hombres. En aquella época, casi siempre se separaban los sexos y se les asignaban tareas muy precisas, como lo demuestran los estudios antropológicos y arqueológicos. Hoy en día, ya no existen esas iniciaciones y las funciones y tareas sexuales se mezclan cada vez más.
Todavía existen algunos intransigentes 3 que niegan o rechazan (aunque sus argumentos nunca son realmente concretos) las diferencias entre hombre y mujer, para ello presentan al andrógino o a la ginandra como el sexo superior e ideal al que hay que llegar. No olvidemos que andrógino y ginandra son sinónimos de hermafrodita; ahora bien, lo queramos o no, el ser humano es bisexual y dicha bisexualidad sale por todos los poros de su piel y en todos los ámbitos de su vida, porque cada cromosoma X o Y se encuentran en cada célula humana.
El origen de nuestras diferencias también se sitúa en nuestros tres (o seis) millones de años de evolución. El hombre siempre cazando, atento, concentrado en su supervivencia física y en la de los suyos, mostrando su ingenio para atrapar a sus presas, en silencio, ignorando sus sensaciones para poder resistir el frío, el calor y las incomodidades, venciendo sus miedos de ser devorado por los otros depredadores, teniendo que ubicarse para no perderse, estimulando su espíritu de combate junto con los demás hombres, inspeccionando el horizonte y, de esta manera, desarrollando su fuerza física y sus reflejos. Claro está que todo eso condiciona al hombre y queda inscrito en su naturaleza.
La mujer frecuentemente embarazada, viviendo en la caverna con las otras mujeres y niños, teniendo que aprender a cohabitar en un espacio restringido, atenta a cualquier peligro potencial, vigilando el fuego, alimentando a sus hijos incluso a costa de sus reservas corporales, esperando a los cazadores para ayudarles a retomar fuerzas, aterrad

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