Entre el gusto oficial y el gusto marginal:La otra guerra colombiana narcotráfico,exclusión e industria cultural
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Entre gusto oficial y el gusto popular: La otra guerra colombiana. Narcotráfico, exclusión e industria cultural Por: Patricia Coba Gutiérrez * Martha Fajardo-Valbuena** Bibian Rocío Galeano Sánchez *** Con el paso del tiempo las situaciones vividas en torno a la violencia y el narcotráfico en Colombia serán objeto de amplias revisiones. En el momento actual, a comienzos del siglo XXI el tema del narcotráfico se ha presentado en la literatura bien como fenómeno de mercado para una franja amplia de la población que consume libros escritos sobre el tema con el tinte del morbo. Las editoriales ofrecen al público testimonios, reportajes, entrevistas y biografías de capos, familiares y gente cercana a la vida de los cabecillas del narcotráfico. También se han escrito novelas en las que se trata el tema del sujeto que se alía con los narcotraficantes para surgir en un mundo estático y sin oportunidades de ascenso. Entre ellas la más popular es Rosario Tijeras del escritor Jorge Franco y algunas otras como La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo y Leopardo al Sol y Delirio de Laura Restrepo. Del otro lado, del lado de las víctimas del narcotráfico, los testimonios y escritos han sido menores aunque uno de los libros con mayor número de reediciones corresponde al libro “El olvido que seremos” un testimonio del hijo de Héctor Abad Gómez, asesinado en Medellín por la alianza paramilitar-narco en los años 80.

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Publié le 21 janvier 2015
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Langue Español

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Entre gusto oficial y el gusto popular: La otra guerra colombiana. Narcotráfico, exclusión e industria cultural
Por: Patricia Coba Gutiérrez * Martha Fajardo-Valbuena** Bibian Rocío Galeano Sánchez ***
Con el paso del tiempo las situaciones vividas en torno a la violencia y el narcotráfico en Colombia serán objeto de amplias revisiones. En el momento actual, a comienzos del siglo XXI el tema del narcotráfico se ha presentado en la literatura bien como fenómeno de mercado para una franja amplia de la población que consume libros escritos sobre el tema con el tinte del morbo. Las editoriales ofrecen al público testimonios, reportajes, entrevistas y biografías de capos, familiares y gente cercana a la vida de los cabecillas del narcotráfico. También se han escrito novelas en las que se trata el tema del sujeto que se alía con los narcotraficantes para surgir en un mundo estático y sin oportunidades de ascenso. Entre ellas la más popular es Rosario Tijeras del escritor Jorge Franco y algunas otras como La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo y Leopardo al Sol y Delirio de Laura Restrepo.
Del otro lado, del lado de las víctimas del narcotráfico, los testimonios y escritos han sido menores aunque uno de los libros con mayor número de reediciones corresponde al libro “El olvido que seremos” un testimonio del hijo de Héctor Abad Gómez, asesinado en Medellín por la alianza paramilitar-narco en los años 80.
El acercamiento al corpus literario que trata el tema del narcotráfico puede hacerse desde múltiples ángulos. En este trabajo seleccionamos una serie de libros que nos permiten explorar la construcción narrativa de lo que, a juicio de los escritores, constituye la llamada “estética narco”. Nuestro objetivo es analizar cómo los gustos llamados “buen gusto” y “mal gusto” implican posturas éticas y estilos de vida que se excluyen, mimetizan y reconocen a lo largo de la historia de nuestro país. Esta tensión es sin duda, una de las preocupaciones de los intelectuales colombianos quienes han denunciado la narcoestetización de los estilos de vida en Colombia.
Los libros seleccionados nos brindan un muestrario de identidades narrativas ,construidas por los escritores que evidencian las tensiones de clase y las perspectivas morales tanto de los escritores como de la ideología predominante en el siglo XX. Cada identidad narrativa, entendida como el personaje elaborado, sea absoluta o parcialmente imaginada, se puede analizar como la condensación de una mirada de mundo y de relaciones de clase y de dominio.
Es así como El Héctor Abad Gómez y el mismo Héctor Abad Faciolince son personajes del libro “El olvido que seremos” y son identidades narrativas construidas por el escritor que, en el intento por contar su versión de la historia, construye una mirada que privilegia, resalta,exalta, omite y modifica a
la persona de carne y hueso ,en aras de entregar al lector un personajes coherente desde el plano narrativo y desde las intenciones narrativas del escritor.
La construcción narrativa no es exclusiva de las novelas. También en las biografías y testimonios el escritor elabora su personaje, lo matiza en zonas de luz y oscuridad, omite datos, inventa, tergiversa de acuerdo a las intenciones de su relato. Por ello, todos los personajes que analiza este trabajo pueden tomarse como estereotipos de una realidad y de una mirada ideológica sobre ella. Cada personaje es una encarnación de una visión de mundo y representa una mirada sobre la ética,la estética y las relaciones de clase en una sociedad. Esa mirada es obviamente del escritor. Es él quien diseña a sus personajes y deja filtrar su valoración al encontrar las motivaciones de cada identidad narrativa.
La tensión escogida por nuestro análisis es la del gusto, entendido desde la perspectiva de la diferenciación o la distinción planteada por Pierre Bordieu. A lo largo de nuestra presentación analizaremos las posturas de los personajes frente a estos consumos y estilos de vida.
Quienes afirman que existe la “narco estética” determinan en esta ciertas características. En nuestro trabajo pretendemos comparar estas características con el “gusto oficial, con los elementos distintivos de la clase dominante. ¿Qué tanto se acerca y se aleja el gusto oficial del gusto narco? Es una de nuestras primeras preguntas. ¿En dónde reside la diferencia sustancial de las dos estéticas? Y, sobre todo, ¿qué dinámica existe entre ellas, de qué modo una y otra se reconocen y se repelen, se alejan y se acercan, se complementan y se convierten en respuestas diferentes a circunstancias compartidas?
Queremos indagar si tal vez la narcoestética no es un invento del narcotráfico sino la expresión de un mecanismo de distinción cuyas raíces se remontan a la conquista e incluso mucho más atrás. Para tal efecto, trabajaremos desde un análisis comparativo entre el estilo de vida oficial, o establecido, representado por los libros “El olvido que seremos” y “Las traiciones de la memoria” de Héctor Abad Faciolince y “Delirio” y “Leopardo al sol” de Laura Restrepo junto con una serie de producciones culturales en las que se refleja el estilo de vida narco, entre ellas la biografía La parábola de Pablo, escrita por Alonso Salazar,Pretendemos encontrar categorías que nos ayuden a comprender en qué se acercan y alejan estos estilos de vida, y de qué modo establecen la distinción y el reconocimiento del otro.
De qué hablamos cuando hablamos de narco estética parece ser la pregunta que está dentro de cada indagación de este análisis. Existe realmente la narco estética o es más bien una posición con respecto al uso del dinero y a la forma de “vivir” el dinero en tanto este representa estilos de vida, imaginarios y posturas de consumo. Cada clase social, dice P. Bordieu (1988), se distingue de las otras por el consumo de productos culturales y por la elaboración de estilos de vida. En la sociedad existen sistemas de disposiciones “habitus” para Bordieu (1988) que determinan las clases sociales y su acceso, si es posible a ellas.
¿Las personas que asumen lo que se ha denominado estética narco lo hacen desde el desconocimiento y solamente siguiendo patrones culturales de consumo como las telenovelas y el imaginario holliwodense de lo que significa ser rico y famoso? O, por el contrario existe intencionalidad en la escogencia de las formas de expresarse y si es así en qué consiste esa intencionalidad.
Desde mediados del siglo XX la industria cultural de occidente ha comercializado el estilo de vida del derroche y la extravagancia, lo ha convertido en parte de miles de productos que lanza al mercado en forma de series ,miniseries, libros, biografías, documentales, música, moda, arquitectura, productos y tecnología estética entre otros. A cada Capo o nuevo rico que surge del mundo de lo ilícito la industria cultural le pone una marca y lo vende. Vende su historia, su origen, su vida de privaciones, su ascenso y su caída. Vende las aspiraciones “de llegar a ser”, sus sueños, sus relaciones y sus metas y por su puesto vende su drama: la necesidad de ser reconocido en un mundo en el que además del dinero es necesario poseer una visión de mundo, un habitus, un sistema de valores.
Para el escritor William Ospina (2001: 45) el asunto de la violencia en Colombia tiene su origen en la excesiva riqueza del país y en la organización política que durante años excluyó a las mayorías y repartió el poder entre la clase adinerada. El Frente Nacional es el ejemplo más patente de la exclusión política que vivió Colombia en la primera mitad del siglo XX y que generó que, según Ospina, los caminos políticos quedaran cerrados para la que él denomina “la franja amarilla”, la mayoría popular, los desposeídos que no tuvieron, ni tienen oportunidad de ser representados ni oídos en sus necesidades y propuestas. La exclusión política, económica y cultural generó una gran masa de personas que no podían ascender en la pirámide social, que, de modo lícito, no podían cumplir sus sueños de surgir económicamente, de poseer un capital que les permitiera cumplir sus aspiraciones. Estos sujetos, algunos de ellos, al menos, optaron por el camino de lo ilícito y muchos de ellos cumplieron sus metas de fortuna y éxito. Algunos de ellos, incluso hicieron historia, no en la historia oficial, sino en la popular.
En este panorama surgen varios cuestionamientos. Uno de ellos se orienta a establecer si son los productos culturales aquí descritos los que generan una realidad nueva basada en la ilegalidad, lo inmediato y lo desmesurado o si, por el contrario, tales productos no son más que el reflejo de estilos de vida que se han forjado a través de la historia. Así mismo, es necesario preguntarse si tales estilos de vida son una respuesta a la marginación, la pobreza y la desigualdad que ha caracterizado la vida social en América Latina y si es en ese contexto donde la mal llamada “obtención de dinero fácil” se convierte en una especie de paliativo ante esas situaciones críticas de la vida social.
Los narcotraficantes pertenecen a un grupo social oficialmente marginal que pretende acceder a la sociedad por medio de su posición económica. Sin embargo, los mecanismos de conformación social son mucho más sofisticados y no aceptan la entrada de nuevos miembros sólo porque posean la capacidad económica.
Ahora bien, tendríamos que discutir si la entrada a las clases sociales y al juego social tiene que ver con disposiciones morales y éticas. En tanto que lo estético se emparenta con disposiciones de los placeres sublimados y por tanto con lo que Bordieu denomina “la esfera sagrada de la cultura” (Bordieu.1988) no se trataría entonces sólo de exclusión de clase sino de descalificación moral, en tanto que la riqueza o el capital proviene de un negocio ilícito y marginal y este origen del dinero transforma todo lo adquirido en objeto despreciable, inmoral y descalificado.
Junto a los narcotraficantes podríamos poner fortunas como las adquiridas por el mundo del entretenimiento (Hollywood y su parafernalia), el deporte, la prostitución, la pornografía, el azar (ganar la lotería). Entonces encontraríamos coincidencias en la expresión de los estilos de vida y en los consumos culturales. Esas coincidencias tienen origen moral ya que en el trasfondo de ellas están asuntos como la ilegalidad, la provisionalidad, la frivolidad todos ellos negadores de lo sublime y por tanto de la moralidad.
El gusto oficial está compuesto de la “negación de lo más bajo, poco fino, vulgar, venal…e implica una afirmación de la superioridad de aquellos quienes pueden ser satisfechos con los placeres sublimados, refinados, desinteresados, gratuitos, distinguidos…” (Bordieu: 1988). Ese gusto oficial entra en radical oposición al gusto de lo marginal, expresado en el gusto popular en el exceso y el derroche, en el “arte y la estética analógica” que implica que el objeto artístico o la expresión estética marginal deben tener la mínima distancia entre arte y vida; por esto tener una pistola con cacha de oro es hermoso para un narcotraficante, o un consolador con incrustaciones de diamantes se constituye en el reemplazo de una joya regalada a la esposa o un caballo de paso es el bien más preciado porque no sólo es objeto estético sino moneda de cambio.
La naturaleza provisional de las fortunas de los grupos marginales,desde la perspectiva moral, (artistas, narcotraficantes, futbolistas, nuevos ricos etc.) requiere que lo artístico puro, lo gratuito, ceda su paso a lo analógico, al arte valioso por los materiales con los que está hecho, lo que Bordieu denomina “subordinación de la forma y la función” (Bordieu 1988).
Lo provisional explica también el estilo de vida. Mientras el gusto oficial pretende instalar arquetipos, valores eternos e inmutables y un concepto de lo bello y lo bueno perdurable y estático el gusto popular asume lo provisional tanto de sus expresiones como del origen de las fortunas. El derroche, como estilo de vida, implica una concepción temporal diferente a la mesura característica de las clases sociales dominantes. Mientras una trabaja en el tiempo efímero, en el instante y en la provisionalidad del mismo la otra vive para la permanencia, el estatismo y el determinismo: nadie asciende y, si lo hace, debe cambiar su naturaleza, debe mimetizarse, adquirir el habitus, y esto es un proceso de reelaboración absoluta del sujeto
Para Bordieu, el Habitus son “sistemas de disposiciones duraderas, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, en tanto que principios de generación y de estructuración de prácticas y representaciones…” (Bordieu 1998). En este sentido, los sujetos pueden definirse en su clase social por medio de sus prácticas de consumo. Las regularidades en los hábitos de las clases sociales generan estilos y prácticas y podemos afirmar que tanto las clases dominantes como las emergentes-marginales poseen comportamientos regulares que van más allá de la época y se emparentan con una concepción ética y de vida. Es por ello que lo que Rincón (2009) denomina Narco-estética posee elementos comunes a otros grupos sociales en cuanto a sus prácticas de consumo, estilos de vida y concepciones estéticas.
Habría que analizar a fondo si esa coincidencia de lo narco con otros grupos marginales significa que no existe realmente una cultura narco o una estética narco sino una estética marginal-popular que proviene de una visión vital y social diferente que no encaja con la estructura social y al no tener ni espacio ni aceptación en las relaciones dominantes construye su propio habitus, su propia lógica y su propio mundo de relaciones y consumos.
Lo popular y lo oficial: relaciones de poder y de mercado
Rincón (2009) asegura que Colombia es un país de gusto narco. Para ello recurre a ejemplificar nuestros gustos en telenovelas, literatura sicaresca, arquitectura ostentosa y demás muestras de lo extravagante. Sin embargo, sería interesante analizar qué dinámicas se ocultan en la popularización y extensión de los gustos marginales-populares, por qué en Colombia y en otros países los medios de comunicación se han constituido en una puerta de entrada y promoción de los estilos de vida y los gustos marginales-populares. Podría surgir la pregunta acerca de los dueños de los medios, de a qué tipo social pertenecen, a qué clase, qué hábitos estéticos y culturales valida su estilo de vida y con cuáles hábitos y estilos de vida comercian.
En cuanto a los dominantes y los dominados se podría preguntar si no estará ocurriendo que algunos sectores dominantes han popularizado, a través de los medios, el gusto marginal, el gusto popular y mantienen su fortuna legítima y estática alimentada por el consumo de los grupos marginales y populares. Al menos en productos como las telenovelas y la literatura y arquitectura, esta parece ser una verdad.
Del otro lado, del de los marginados, no estará ocurriendo que conscientes del estatismo social hayan “decidido” hacer un grupo aparte que determina unas reglas para pertenecer a él y desconoce a los dominantes ya que instala una nueva ética y un sistema de valores en el que lo sublime se caricaturiza y se desvanece bajo otras valoraciones tanto de la vida como de las relaciones socialescomo una
suerte de mecanismo del débil que no desea parecerse a su opresor sino diferenciarse de él y enfrentarlo
¿Qué sucede cuando los grupos dominante y dominado entran en el juego de la corrupción, en los mecanismos de perversión de los valores y comienzan un camino parecido al de la mascarada?, ¿qué sucede cuando el poder político y social se ve amenazado por grandes fortunas que todo lo compran? De qué modo se desvanece el dominio y se relativiza la distinción. ¿Qué sucede cuando los dominantes necesitan perpetuar el poder político y por tanto requieren del apoyo electoral de los dominados y el dominante se camufla? En sus gustos, en su estilo de vida, es decir, se “populariza”
No sólo hay que ser sino parecer: Ascetismo y Buen Gusto
En Colombia el narcotráfico ha permeado casi todos los elementos de la sociedad y de la cultura. Desde mediados del siglo XX, se instituyó un estilo de vida arraigado en la consecución del llamado “dinero fácil”. No había necesidad de pasarse la vida trabajando, obteniendo salarios de hambre, si existían otras formas de ganarse la vida.
La cultura de los “nuevos ricos”, basada en el exceso, el despilfarro, en mantener un estilo de vida fastuoso, es la manera que emplean para ostentar el poder adquisitivo real del dinero. Si bien, estos son elementos comunes a cualquier estrella de cine, grupos de música, ídolos del fútbol, jefes políticos y demás multimillonarios, a quienes el placer por la exageración, les hace preferir los adornos recargados y lujosos, no gozan del mismo reconocimiento social. Que Luís Carlos Sarmiento, sea uno de los tres hombres más ricos del mundo y tenga catorce Bancos dentro de sus propiedades, no es visto como un exceso dentro de un sistema social cerrado, sino como una situación dentro de los límites porque su actividad financiera así lo determina. Si Jennifer López, en Londres contrata siete limosinas para que la lleven a comer a un restaurante que queda a trescientos metros del hotel donde se hospeda, genera admiración y respeto. Sin embargo, la hacienda Nápoles y su zoológico o las fiestas desmesuradas del “Mexicano” son juzgadas duramente por la llamada “opinión públic”
¿Qué es lo que realmente distingue los comportamientos de unos y otros en una sociedad en la cual la posesión y el consumo de bienes son el estandarte que proclama, según las normas aceptadas por la comunidad, que su poseedor es un hombre de éxito? (Galbraith, 1974: XXV)
Lo que hace la diferencia entre unos y otros, estriba en primera instancia, en el concepto de “hombre distinguido”, “hombre poderoso” porque éstos son “superiores por su situación y elevados sentimientos”, en oposición a todo lo que consideran “bajo, mezquino, vulgar y populachero”
(Nietzche,). En otras palabras, el hombre rico que pertenece a una clase social aristocrática, o burguesa, todo lo que hace es “bueno”, y su conducta está sustenta en la moral del individuo que no piensa en la colectividad, pero que está dentro del sistema. Además, tiene una escolaridad que le permite desarrollar “el buen gusto.” Mientras que el “otro”, que ha surgido de las clases populares, todo lo que hace es “malo”, carente de gusto, feo o vulgar. Nietzche utiliza las etimologías para mostrar como “bueno” no está ligado en su origen a acciones no egoístas, sino a un concepto de clase.
En segundo lugar, las clases sociales se diferencian por las distinciones que hacen entre lo hermoso y lo feo, lo distinguido y lo vulgar, distinciones que revelan que las oposiciones en las prácticas culturales también aparecen en los hábitos. (Fernández, 2002:2) Cuando se dice que alguien es “bien o mal educado”, significa que posee las maneras y estilos adecuados para una sociedad o que está legitimado por la clase social que tiene el poder. (Bourdieu, 1988)
Los estilos de vida cristalizan el fenómeno de estetización de la vida cotidiana y dan cuenta del proceso de individualización, propio de la posmodernidad. Se conoce que tradicionalmente el concepto de estilo de vida tiene una raíz weberiana, indicando lo propio de determinados grupos de estatus. En este sentido, los estilos de vida también pueden ser vistos como las “comunidades emocionales” de Marx y Weber, definidas como estructuras efímeras, cambiantes, de inscripción local, sin organización y cotidianas (Margulis, 1996:138).
De acuerdo con Elsa Blair (1999), los estilos de vida derivados del narcotráfico se “nutren de de un lado, de la reproducción de "valores" culturales ancestrales del "paisa" -nombre genérico para designar a las personas nacidas en el departamento de Antioquía. Valores que desarraigados del contexto que les dio origen y sentido, solo contribuyen a la desagregación de las identidades culturales y de otro lado, de la implementación de nuevos "valores" propios de la sociedad de consumo surgidos a la luz de influencias externas, fundamentalmente norteamericanas, como la del fenómeno punk o los "rockeros", o la imitación de "estilos" de ciertos personajes de guerra "modernos" percibidos a través del cine y la televisión (tipo "Rambo"). (1999)
Ahora bien, en primera instancia, está el mundo objetivado conformado por las reglas, normas, límites, instituciones, rituales, protocolos, cultura, que remiten a la esfera de lo oficial. Como organizador de sistemas culturales, lo oficial construye lo permitido, determina el gusto de ese espacio social. Topológicamente este sistema socio-simbólico que se proyecta perimétricamente puede ser abierto o cerrado. Los sistemas cerrados se caracterizan por tener un centro que organiza simétricamente a todos los elementos del sistema (Calabrese, 1999:65). Es decir, se configuran dos espacios: el interno y el externo. En el espacio interno están los elementos que pertenecen al sistema y en el externo todo lo que puede atentar contra la seguridad del mismo.
El límite y exceso son dos tipos de acción cultural, y es el este último donde la excentricidad aparece porque tiene relación con lo espectacular, es justamente en el mundo del espectáculo donde la excentricidad tiene un valor, porque significa estar bajo la mirada de otros. Y el estilo de vida del narcotráfico está concebido para y por la clase propia que los acepta y engrandece como héroes populares con el objetivo de que sea visto por la sociedad que los margina y rechaza.
Nadie es eterno en el mundo: el carpe diem en el siglo xx
“El Olvido que Seremos” de Héctor Abad Faciolince, publicado en 2005 por editorial Planeta, es el relato de la vida del escritor al lado de su padre, el médico Héctor Abad Gómez asesinado en 1987 por los paramilitares. La intención de este libro, según manifestó el escritor en una entrevista concedida a un periódico argentino, era escribir un libro en el cual: “las víctimas, los muertos, contaran su historia en una sociedad que ha sido muy contada desde el punto de vista de los matones”. (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-6346-2007-05-14.htm)
El título del libro es tomado del soneto “Epitafio” de Jorge Luis Borges, que el mismo Abad Gómez copió, justo en la tarde que fue asesinado, en la lista de personas amenazadas de muerte que llevaba en el bolsillo. El poema desató un debate literario porque muchos críticos le adjudicaron esos versos a Harold Alvarado Tenorio. Esto motivó al escritor a realizar un periplo a través de once países para demostrar que los versos que Héctor Abad Gómez tenía en su bolsillo eran de Borges. El mundo de los valores sublimes que su padre le enseñó día tras día, es reforzado luego en su libro “Las Traiciones de la Memoria”, compuesto por tres textos:”Un poema en el bolsillo”, “Un camino equivocado” y “Ex futuros”. Este libro es la confirmación de una visión de mundo, aprendida con el padre, en la cual se es capaz de gastar tiempo, dinero y recursos sólo por demostrar una idea.
En este punto se hace necesario entender que la narrativa al ser la representación de uno o varios eventos en el tiempo (Ricoeur, 1990:37,52), es también un proceso mental que permite entender la realidad. Y que un narrador construye una identidad narrativa que desde Ricoeur pone de manifiesto la contradicción entre la ipseidad-lo que permanece a pesar del cambio constante- y la mismidad como los elementos que le permiten identificar a uno mismo a pesar del paso del tiempo. (Ricoeur, 1990: 106-137,138,172))
Bruner menciona que cada individuo puede entender su propia vida sólo a partir de una suma de historias de las cuales es el protagonista, narrador e incluso auditorio (Bruner, 1987: 692-693). Es decir, la identidad narrativa creada por Faciolince le otorga el derecho a vincular el pasado y el presente mediante una relación de causalidad y también le permite relacionar memoria y narratividad.
Como personaje de ficción no tiene que dar cuenta de una verdad sólo tiene que contarlo de manera verosímil. De esa manera se encarga de construir la identidad narrativa de sí mismo y de su padre dentro de una serie de valores tradicionales y cultos.
Es así como a través de “El olvido que seremos” se puede hacer un recorrido por la visión de mundo de la clase media acomodada, esa clase que no es “rica ni pobre”, pero que “parece porque tiene finca, carro, muchachas del servicio y hasta monja de compañía” (Abad, 2005:15). Una clase social que puede darse ciertos gustos, como leer literatura clásica, asistir a conciertos, tener contacto con extranjeros, viajar, saber de las normas de “urbanidad de Carreño.” Una clase clase media ilustrada que sabe que la buena literatura y la excelente música afectan el espíritu, tal como lo aprendió Abad Faciolince de su padre. Cuando el médico llegaba de mal humor, se encerraba en su biblioteca, ponía música clásica y se sentaba a leer. Al cabo de una o dos horas salía renovado. (Abad, 2005: 124)
El padre descrito por Abad Faciolince encarna los valores consagrados por una visión de mundo heredada de la España contrareformista en la que el trabajo físico es denigrante. Debido a su intelectualidad, a Abad Gómez, se le disculpó su torpeza con las manos y hacer cualquier tipo de trabajo que implicara fuerza. Podía pasar horas leyendo Shakespeare, a Carlos Castro Saavedra y luego saltar a Huxley, Hobbes, Rousseau, Marx, y luego volver a Antonio Machado. Leía sin ningún orden sin ninguna sistematización, sólo por el gusto de hacerlo. Se pudo dedicar a sus pasiones idealistas porque los problemas de la vida cotidiana los resolvió su esposa, ella era la seguridad económica de la familia. La figura de la matriarca con su dominio de la vida doméstica, la exclusión del varón en las decisiones que la fueran a afectar, todo ello sin detrimento de la armonía, de la complementariedad tan bien lograda entre padre y madre. Según Veblen: “Desde los días de los filósofos griegos hasta la fecha, los hombres reflexivos han considerado siempre como un requisito necesario para poder llevar una vida humana digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las finalidades cotidianas inmediatas de la vida humana” (Veblen, 2005:42)
Por esto no es extraño que Héctor Abad Faciolince declare su horror por una frase que en el “otro” lado de Medellín, era como pan diario: “Madre no hay sino una, pero padre es cualquier hijueputa.” Y él confiesa saber la diferencia porque él ha tenido un padre que lo ha criado bajo la norma de:”Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz” (Abad,2005: 25), quien jamás lo ha golpeado y lo ha rodeado de expresiones de afecto. Porque su padre ha estado ahí para enseñarle a resolver los dilemas morales con una actitud vital, a través de su ejemplo y sus palabras.
En este aspecto, la familia recreada por el escritor es la encarnación de lo sublime desde la óptica conservadora y la óptica liberal. Abad Faciolince se elabora a sí mismo como personaje producto de esta dicotomía. La mitad de su familia, la proveniente de su abuela materna siguió vocaciones religiosas, varios de ellos pertenecían al catolicismo más recalcitrante, más conservador, como era costumbre en esa clase media instruida, de mediados del siglo XIX, y veían con malos ojos ese tipo de crianza. Su abuelita Eva decía:”que era completamente imposible educar niños sin el rejo y sin el Diablo” (Abad. 2005:. 34) Los restantes se debatían entre una conciencia libertaria proveniente de una racionalidad naciente:
“yo sentía como si en mi propia familia se viniera liberando una guerra parecida entre dos concepciones de la vida, entre un furibundo Dios agonizante a quien se seguía venerando con terror, y una benévola razón naciente. O, mejor, entre los escépticos a quienes se amenazaba con el fuego del infierno, y los creyentes que decían ser los defensores del bien, pero que actuaban y pensaban con una furia no pocas veces malévola.” (Abad:200:. 69)
Este fragmento permite reconocer parte de la historia de Colombia, un país que ha sido manipulado por la Iglesia, ese país que permite que los personajes más importantes de la política nacional, no ganen las batallas a través de los argumentos de la razón sino con balas, una élite que juega tenis en el club, que hace alarde de “decencia”, y sin embargo, tiene relación con lo vil, lo sucio, con el crimen, una élite que borra las diferencias con la muerte. La cita que hace Abad sobre la confesión de Carlos Castaño, el jefe de las AUC, sobre cómo se decidían los asesinatos confirma lo anterior:
“Ahí es donde aparece el Grupo de los Seis ubíquelo durante un espacio muy largo de la historia nacional, como hombres del nivel de más alta sociedad colombiana. ¡La crema y nata¡ Les mostraba los nombres, los cargos o ubicación de los enemigos. ¿Cuáles se deben ejecutar?, les preguntaba, y el papelito con los nombres se iba con ellos a otro cuarto. De allí regresaba señalado el nombre o los nombres de las personas que debían ser ejecutadas, y la acción se realizaba con muy buenos resultados… Eran unos verdaderos nacionalistas que nunca me invitaron ni me enseñaron a eliminar personas sin razón absoluta. Me enseñaron a querer y a creer en Colombia”, concluye Castaño. (Abad Faciolince. 2005. pág. 268)
Según lo anterior, no es por el narcotráfico que se inicia la ley de la bala y el plomo, esta ya era una práctica común entre la alta sociedad colombiana, en aras de un patriotismo que no aceptaba las diferencias: Carlos Castaño afirma desde un discurso paramilitar que resguarda lo oficial y justifica
las muertes en las que participó: “Me dediqué a anularles el cerebro a los que actuaban como subversivos de la ciudad.” (Abad Faciolince. 2005. pág. 267). Tal como lo plantea González, (2007) en Pie de Página: “Por cosas del destino de su nivel de instrucción y su nivel económico y su estatus social, a Héctor Abad Gómez le tocó que los cónyuges de sus propias hijas fueran gente que se moviera en los círculos de quienes estaban sospechando de él, por “comunista”, por “ateo”, por “guerrillero”, por pensar y por peligroso.”
Por su parte, Alonso Salazar al escribir La Parábola de Pablo también está construyendo la identidad narrativa de Escobar, la identidad narrativa en el reconocimiento de sí debe permanentemente enfrentarse a los otros como una alteridad, y que exigen, como uno mismo, reconocimiento. Así, va mostrando cómo en la misma ciudad que vio nacer a Faciolince también nació el hijo de la maestra de una escuela de barrio y de un celador, otro “hombre bueno al que le obligaron a hacer el mal” (Salazar, 2001:31), un hombre que pensó que por tener dinero podía ingresar a la alta sociedad. “Pero si la plata mía vale igual que la de ellos”, rezongaba, dolido de la oligarquía, de su doble moral.” (Salazar, 2001:28), porque más de uno de ellos había aceptado su dinero, pero no lo consideraban su igual, ni lo recibían en sus casas como un invitado de confianza.
De acuerdo con Veblen. “El consumo de cosas lujosas en el verdadero sentido de la palabra es un consumo encaminado a la comodidad del propio consumidor y es, por tanto, un signo distintivo del amo. Todo consumo semejante hecho por otras personas no puede producirse más que por tolerancia de aquél” Veblen, (2005:101). Es el primer autor que defiende expresamente que los fenómenos del consumo dependen de la estructura social, y no de las necesidades naturales y de su libre satisfacción por parte del consumidor a través del mercado. En este sentido, aunque Escobar tiene el dinero necesario para gastar, no tiene el “permiso” de las oligarquías, ni la clase ni la distinción necesaria, para ser reconocido como un igual.
Si Faciolince tuvo un padre amoroso, Escobar reconstruido y narrado por Salazar contó con una madre abnegada, una mujer, maestra de escuela, capaz de todo por sacar adelante a su familia, quien lo crió a su imagen y semejanza: “emprendedor, amante del dinero y seguro de sí mismo” (Salazar, 2001: 40). Doña Hermilda, sumadre fue para él un apoyo incondicional y un amor omnipresente que le marcó lo esencial de su caráter y sumanera de ser (Salazar,2001:50). A Faciolince le contaron cuentos ,le recitaron versos y le compraron libros. A Escobar en las noches de tertulia familiar le llegaron las versiones de un abuel,o, Roberto Gaviria, negociante, aventurero y contrabandista, quien compraba whisky en Urabá y lo escondía en un ataúd. Esas eran las historias que escuchaba Pablo en contraposición a los clásicos que leía Faciolince. En cierto modo Salazar presenta un mecanismo de formación al mostrar a Pablo Escobar niño escuchando las aventuras de los “héroes-contrabandistas” y su éxito al burlar la ley. Desde esta perspectiva el villano está mas cerca al pícaro que engaña a la autoridad para salirse con la suya
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