Las inquietudes de Shanti Andia
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The Project Gutenberg EBook of Las inquietudes de Shanti Andia, by P o Baroja �This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.netTitle: Las inquietudes de Shanti AndiaAuthor: P o Baroja�Release Date: July 8, 2004 [EBook #12848]Language: SpanishCharacter set encoding: ISO-8859-1*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS INQUIETUDES DE SHANTI ANDIA ***Produced by Stan Goodman, Miranda van de Heijning and PG DistributedProofreadersP�O BAROJAEL MAR#Las inquietudes de Shanti And a# �NOVELA(#Ilustraciones de R. Zubiaurre y R. Baroja#)[Ilustraci n] �1920INDICELIBRO PRIMEROINFANCIAI.--Shanti se disculpa II.--El mar antiguo III.--Tengo que hablar de m �mismo IV.--La casa de mi abuela V.--La t a rsula VI.--Lope de Aguirre, � �el traidor VII.--El funeral de mi t o Juan VIII.--Correr as de chico � �IX.--Yurrumendi, el fant stico X.--Las indignaciones de Shacu XI.--El �naufragio del Stella Maris XII.--Nuestra gran aventura XIII.--La gruta� �del IzarraLIBRO SEGUNDOJUVENTUDI.--Mis primeros viajes II.--Historia de la Bella Vizca na � � �III.--Dolores de vanidad IV.--La palmera y el pino V.--Nuevas fatigas deamor VI.--Grandeza y miseria VII.--El paradero de Juan de AguirreLIBRO TERCEROLA VUELTA AL HOGAROI.--La herida II.--L zaro y su formaci� n III.--La ...

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The Project Gutenberg EBook of Las inquietudes de Shanti Andia, by P o Baroja � This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net Title: Las inquietudes de Shanti Andia Author: P o Baroja� Release Date: July 8, 2004 [EBook #12848] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LAS INQUIETUDES DE SHANTI ANDIA *** Produced by Stan Goodman, Miranda van de Heijning and PG Distributed Proofreaders P�O BAROJA EL MAR #Las inquietudes de Shanti And a# � NOVELA (#Ilustraciones de R. Zubiaurre y R. Baroja#) [Ilustraci n] � 1920 INDICE LIBRO PRIMERO INFANCIA I.--Shanti se disculpa II.--El mar antiguo III.--Tengo que hablar de m � mismo IV.--La casa de mi abuela V.--La t a rsula VI.--Lope de Aguirre, � � el traidor VII.--El funeral de mi t o Juan VIII.--Correr as de chico � � IX.--Yurrumendi, el fant stico X.--Las indignaciones de Shacu XI.--El � naufragio del Stella Maris XII.--Nuestra gran aventura XIII.--La gruta� � del Izarra LIBRO SEGUNDO JUVENTUD I.--Mis primeros viajes II.--Historia de la Bella Vizca na � � � III.--Dolores de vanidad IV.--La palmera y el pino V.--Nuevas fatigas de amor VI.--Grandeza y miseria VII.--El paradero de Juan de Aguirre LIBRO TERCERO LA VUELTA AL HOGARO I.--La herida II.--L zaro y su formaci� n III.--La tertulia de la � relojer�a IV.--La playa de las nimas V.--Frayburu VI.--Bisusalde� VII.--El recado VIII.--Urbistondo y su familia IX.--El devocionario de Allen X.--La cueva de la serpiente LIBRO CUARTO LA URCA HOLANDESA, �EL DRAG �N � I.--El capit n de la �Dama Zuri II.--NARRACI� � N DE ITCHASO.--Los dos � caminos del marino III.--El capit n Zaldumbide IV.--De otras personas � distinguidas que formaban la tripulaci n de El Drag n V.--Los dos � � � � Tristanes VI.--La sublevaci n VII.--Por el Pac fico � � LIBRO QUINTO JUAN MACH �N, EL MINERO I.--Mala noticia II.--D as felices III.--Una noche en Frayburu � IV.--Ardides de guerra V.--La tempestad VI.--Una canci n pesada � VII.--Mach n desaparece� LIBRO SEXTO LA SHELE I.--Habla el m dico viejo II.--La confesi� n III.--La venta de la ternera � IV.--El final de la Shele LIBRO S�PTIMO EL MANUSCRITO DE JUAN DE AGUIRRE I.--Resoluci n desesperada II.--De negrero III.--El pont� n IV.--La � evasi�n V.--A la deriva VI.--La casa hospitalaria VII.--El odio estalla VIII.--Patricio Allen y el tesoro de Zaldumbide EP�LOGO LIBRO PRIMERO INFANCIA I SHANTI SE DISCULPA Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayor a de � la gente opaca y sin inter s. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de � ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el oc ano de la � vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante inter s para ser comunicados a los dem s, a � � no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos. Yo, en cierta poca de mi existencia, he pasado por algunos momentos� dif�ciles, y el recordarlos, sin duda, despert en m la gana de � � escribir. El ver mis recuerdos fijados en el papel me daba la impresi n � de hallarse escritos por otro, y este desdoblamiento de mi persona en narrador y lector me indujo a continuar. No ten a la menor intenci� n de dar mis cuartillas a la imprenta; pero, � cuando sali _El Correo de L �zaro_, todos los amigos me instaron para � que publicase mis memorias en el peri dico. � Deb a� colaborar en la cultura de la ciudad. Yo era uno de los puntales de la civilizaci n luzarense. Nos re mos en casa un poco de estos� � elogios y comenc a publicar mi diario en _El Correo de L�zaro_ y a � pagar peri dicamente � las facturas de la imprenta. Estuve ausente de L zaro una semana para llevar mi segundo hijo al� colegio, y al volver de mi viaje me encontr con que _El Correo_ hab a � � pasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yo consideraba m s interesante. A pesar del inter s� supuesto por m , nadie � � se ocup de saber su continuaci�n, lo cual sirvi para mortificar � � bastante mi amor propio de literato. Ahora, mi amigo Cincunegui se ha empe ado en que publique mi diario � �ntegro. L�zaro necesita un grande hombre; le es preciso tener una figura presentable ante los ojos del mundo. Desde la muerte de don Blas de Artola, el teniente de nav o retirado, la plaza de hombre ilustre � est� vacante en nuestro pueblo. Cincunegui excita mis sentimientos ambiciosos, quiere mi encumbramiento, mi exaltaci n; seg n l, no puedo � � � dejar a mis paisanos en la orfandad en que se hallan; debo llegar al pin�culo de la gloria. [Ilustraci n] � A m �, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los pa�ses lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterr neo, en una � ciudad de Andaluc a, de Valencia o de Italia, est bien; � pero qu voy a � � � hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en L zaro? � �Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reum tico, y ni aun en efigie me gustar�a estar asi a la � intemperie. �Habr� que decir a mis lectores que no tengo pretensi n literaria � alguna? Ellos lo ver n si hojean, aunque sea distra damente, las p� ginas � � de mi libro. Estas cuartillas est n escritas en distintas pocas de mi � � vida y con diferentes estados de nimo. El sentimiento ha sido sincero; � la forma, seguramente, poco h bil. Mi p blico creo que no me reprochar � � � mi falta de atildamiento. M s que para los j venes cr ticos del casino� � � de L z�aro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce (El mentidero del Muelle largo). Soy un marino poco culto, un rudo marino, como dicen en los folletines y melodramas, y de m no hay que esperar los perfiles literarios de un � profesor de ret rica. � II EL MAR ANTIGUO He tenido fama de indolente y optimista, de indiferente y ap tico. Basta � poseer una reputaci n cualquiera, buena o mala, para que las personas � conocidas por uno vayan poniendo su piedra en el monumento de valor o de cobard�a, de ingenio o de brutalidad, asignado a cada uno. Esta colaboraci n espont nea adorna los grandes hechos y los grandes � � caracteres. El uno insin a: Podr a ser ; el otro a� ade:� Se dice� ; un � � � � tercero agrega: Ocurri asi , y el � ltim�o asegura: �Lo he visto....� De � � este modo se va formando la historia, que es el follet n de las personas � serias. Seg n� la gente de mi pueblo, la indolencia m a ha sido de esas � extraordinarias: borrascas, tempestades, rayos, truenos, nada ha logrado sacarme de mi pasividad habitual. Se han inventado an cdotas acerca de mi frialdad y de mi indiferencia. � Una vez, un juramentado de Filipinas vino a m , con el yatag n � � levantado, a cortarme la cabeza; yo le mir y bostec de fastidio. � � Es indudable que el fondo m o de pereza, de indolencia, ha dado p bulo a � � estas historias, no lo niego; lo inaudito para mis panegiristas o para mis detractores ser a si oyeran que con frecuencia me lamento de mi � manera de ser. De no tener mayor actividad? �De no tener m s esp ritu � � � de empresa? No, de todo lo contrario. Ciertamente es una demostraci n de mi � naturaleza c nica e inmoral; pero la verdad ante todo. � La mayor a de los hombres se sienten muy orgullosos de su constancia, de� la permanencia de sus prop sitos. Son consecuentes como el acero de una � br�jula rota o enmohecida, y esto les parece una gran virtud. Saben ad nde van, de d� nde vienen. Cada paso en el camino de la vida lo � llevan contado y calculado. Si les escuchamos, nos dir n: No nos detengamos a contemplar el mar o � � las estrellas; no hay que distraerse. El camino espera. Corremos el peligro de no llegar al fin . � �El fin! Qu� ilusi�n! No hay fin en la vida. El fin es un punto en el� espacio y en el tiempo, no m s trascendental que el punto precedente o � el s gui�ente. Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores y sensatos, al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por las revueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por iguales derroteros que ellos, y que tienen, los insensatos!, adem s de la � � satisfacci�n de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer de mirar a un lado y a otro de su ruta y de ver c mo sale el sol y se pone � el sol, y c mo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas.� [Ilustraci n] � La preocupaci n por conseguir un fin nos intranquiliza a todos los� hombres, aun a los m s desaprensivos, aun a los m s indolentes, y yo,� � por mi parte, hubiera deseado vivir todavia m s en cada hora, en cada � minuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir. Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicurismo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino. Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantas a y � nuestra voluntad. Su infinita monoton a, sus infinitos cambios, su � soledad inmensa nos arrastran a la contemplaci n. � Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta ident ficarla � con la Naturaleza. Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una raz�n, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representaci n de la � constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habr en l escondido � � algo como una lecci n; en momentos se figura uno haber descifrado su � misterio; en otros, se nos escapa su ense anza y se pierde en el reflejo � de las olas y en el silbido del viento. Todos, sin saber por qu , suponemos al mar mujer, todos le dotamos de � una personalidad instintiva y cambiante, enigm tica y p rfida. � � En la Natural
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