La Tierra de Todos
190 pages
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The Project Gutenberg EBook of La Tierra de Todos, by Vicente Blasco Iba ez �This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.netTitle: La Tierra de TodosAuthor: Vicente Blasco Iba ez �Release Date: September 24, 2004 [EBook #13519][Date last updated: April 12, 2006]Language: SpanishCharacter set encoding: ISO-8859-1*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA TIERRA DE TODOS ***Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online DistributedProofreading Team.#LA TIERRA DE TODOS#VICENTE BLASCO IBA EZ�(NOVELA)PROMETEOGerman as, 33.--VALENCIA�1922.#LA TIERRA DE TODOS##I#Como todas las ma anas, el marqu s de Torrebianca sali tarde de su� � �dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata concartas y peri dicos que el ayuda de c mara hab a dejado sobre la mesa� � �de su biblioteca.Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parec a contento, �como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran dePar s, frunc� a el ce o, prepar �ndose una lectura abundante en � � �sinsabores y humillaciones. Adem s, el membrete impreso en muchas de �ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores,haci�ndole adivinar su contenido.Su esposa, llamada la bella Elena , por una hermosura indiscutible, � �que sus amigas ...

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The Project Gutenberg EBook of La Tierra de Todos, by Vicente Blasco Iba ez � This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net Title: La Tierra de Todos Author: Vicente Blasco Iba ez � Release Date: September 24, 2004 [EBook #13519] [Date last updated: April 12, 2006] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA TIERRA DE TODOS *** Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online Distributed Proofreading Team. #LA TIERRA DE TODOS# VICENTE BLASCO IBA EZ� (NOVELA) PROMETEO German as, 33.--VALENCIA� 1922. #LA TIERRA DE TODOS# #I# Como todas las ma anas, el marqu s de Torrebianca sali tarde de su� � � dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y peri dicos que el ayuda de c mara hab a dejado sobre la mesa� � � de su biblioteca. Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parec a contento, � como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran de Par s, frunc� a el ce o, prepar �ndose una lectura abundante en � � � sinsabores y humillaciones. Adem s, el membrete impreso en muchas de � ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haci�ndole adivinar su contenido. Su esposa, llamada la bella Elena , por una hermosura indiscutible, � � que sus amigas empezaban considerar hist rica causa de su � � � exagerada duraci n, recib a con m s serenidad estas cartas, como si� � � toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones. l � ten�a una concepci n m s anticuada del honor, creyendo que es � � preferible no contraer deudas, y cuando se contraen, hay que pagarlas. Esta ma ana las cartas de Par � s no eran muchas: una del � establecimiento que hab a vendido en diez plazos el ltimo autom vil � � � de la marquesa, y s lo llevaba cobrados dos de ellos; varias de otros � proveedores--tambi n de la marquesa--establecidos en cercan as de la � � plaza Vend me, y de comerciantes m s modestos que facilitaban � � � cr�dito los art culos necesarios para la manutenci n y amplio � � bienestar del matrimonio y su servidumbre. Los criados de la casa tambi n pod an escribir formulando id nticas � � � reclamaciones; pero confiaban en el talento mundano de la se ora, que � le permitir a alguna vez salir definitivamente de apuros, y se� limitaban manifestar su disgusto mostr ndose m �s fr os y estirados � � � en el cumplimiento de sus funciones. Muchas veces, Torrebianca, despu s de la lectura de este correo, � miraba en torno de l con asombro. Su esposa daba fiestas y asist a � � � todas las m s famosas de Par s; ocupaban en la avenida Henri Martin el� � segundo piso de una casa elegante; frente su puerta esperaba un � hermoso autom vil; ten an cinco criados... No llegaba � explicarse en � � virtud de qu leyes misteriosas y equilibrios inconcebibles pod an� � mantener l y su mujer este lujo, contrayendo todos los d � as nuevas � deudas y necesitando cada vez m s dinero para el sostenimiento de su � costosa existencia. El dinero que l lograba aportar desaparec a como � � un arroyo en un arenal. Pero la bella Elena encontraba l gica y � � � correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad. Acogi Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de� Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas. --Es de mam --dijo en voz baja. � Y empez leerla, al mismo que una sonrisa parec� � a aclarar su rostro. � Sin embargo, la carta era melanc lica, terminando con quejas dulces y � resignadas, verdaderas quejas de madre. Mientras iba leyendo, vi con su imaginaci n el antiguo palacio de los � � Torrebianca, all en Toscana, un edificio enorme y ruinoso circundado � de jardines. Los salones, con pavimento de m rmol multicolor y techos � mitol�gicos pintados al fresco, ten an las paredes desnudas, � marc�ndose en su polvorienta palidez la huella de los cuadros c lebres � que las adornaban en otra poca, hasta que fueron vendidos los � � anticuarios de Florencia. El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo aut grafos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros� florentinos que se hab an carteado con los grandes personajes de su � familia. Fuera del palacio, unos jardines de tres siglos se extend an al pie de � amplias escalinatas de m rmol con las balaustradas rotas bajo la � pesadez de tortuosos rosales. Los pelda os, de color de hueso, estaban � desunidos por la expansi n de las plantas par sitas. En las avenidas, � � el boj secular, recortado en forma de anchas murallas y profundos arcos de triunfo, era semejante las ruinas de una metr poli � � ennegrecida por el incendio. Como estos jardines llevaban muchos a os � sin cultivo, iban tomando un aspecto de selva florida. Resonaban bajo el paso de los raros visitantes con ecos melanc licos que hac an volar � � � los p jaros lo mismo que flechas, esparciendo enjambres de insectos� bajo el ramaje y carreras de reptiles entre los troncos. La madre del marqu s, vestida como una campesina, y sin otro � acompa�amiento que el de una muchacha del pa s, pasaba su existencia � en estos salones y jardines, recordando al hijo ausente y discurriendo nuevos medios de proporcionarle dinero. Sus nicos visitantes eran los anticuarios, � los que iba vendiendo � los ltimos restos de un esplendor saqueado por sus antecesores.� Siempre necesitaba enviar algunos miles de liras al ltimo � Torrebianca, que, seg n ella cre a, estaba desempe ando un papel � � � social digno de su apellido en Londres, en Par s, en todas las grandes � ciudades de la tierra. Y convencida de que la fortuna que favoreci � � los primeros Torrebianca acabar a por acordarse de su hijo, se � alimentaba parcamente, comiendo en una mesita de pino blanco, sobre el pavimento de m rmol de aquellos salones donde nada quedaba que � arrebatar. Conmovido por la lectura de la carta, el marqu s murmur varias veces � � la misma palabra: Mam ... mam . � � � � �Despu s de mi � ltimo env o de dinero, ya no s� qu hacer. Si vieses,� � � � Federico, qu aspecto tiene ahora la casa en que naciste! No quieren � darme por ella ni la vig sima parte de su valor; pero mientras se � presenta un extranjero que desee realmente adquirirla, estoy dispuesta � vender los pavimentos y los techos, que es lo nico que vale algo, � para
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